Doctor Manuel Elkin Patarroyo
Emulo de Pasteur
Alejandra Zúiliga V.
 
 

 El doctor Manuel Elkin Patarroyo obtuvo el reconocimiento mundial al descubrir la única vacuna que existe contra la malaria, una de las enfermedades más letales del trópico.  Sin embargo, el científico colombiano rechazó sumas millonarias para s comercialización y donó la medicina a la OMS en nombre des país.

La figura de Louis Pasteur, el célebre microbiólogo que descubrió la vacuna contra la rabia, inspiró a un joven médico colombiano a librar una batalla sin tregua contra la mortal
enfermedad: la malaria o el paludismo.

 Biografía

Manuel Elkin Patarroyo Murillo Manuel Elkin Patarroyo ganó el  premio Príncipe de Asturias en
reconocimiento por su lucha, lejos de laboratorios norteamericanos y europeos, donde recibió
 su formación médica e instalado en un modesto edificio de Bogotá, Manuel Elkin Patarroyo, al
igual que Louis Pasteur, desafió el escepticismo de la comunidad  científica y buscó una respuesta
química a dicho mal.

Tras 15 años de estudio, éste médico y su equipo de investigadores colombianos sorprendieron al mundo cuando descubrieron la vacuna contra la enfermedad que causa la muerte de 1,5 millones de personas cada año, principalmente en países en vías de desarrollo.

Tal hallazgo le valió a Patarroyo, entre otros reconocimientos, el premio Príncipe de Asturias y el premio Robert Koch en ciencia, considerado como la antesala del premio Nobel.

Sin embargo, en un gesto inusual en el campo científico, el médico de 49 años rechazó las ofertas millonarias provenientes de industrias farmacéuticas para comercializar la vacuna, y en cambio, donó la patente a la Organización Mundial para la Salud (OMS) "en nombre del pueblo colombiano.  "

Controvertido, admirado por muchos, criticado por algunos, "trabajohólico" y persistente, Patarroyo es ahora una celebridad en Colombia y el resto del mundo.  Inclusive, recientemente publicó un libro sobre su vida y su carrera.

Su enemigo
 

La enfermedad contra la que Patarroyo enfiló sus armas es una de las más mortales en el Tercer Mundo, principalmente en África y América Latina.

Según datos de la OMS, la malaria afecta a 300 millones de personas cada año en más de 100 países, y de ellas, mata a 1,5 millones.  Se calcula que en los países del África tropical se encuentra más del 80 por ciento de todos los casos clínicos y más del 90 por ciento de todos los portadores del parásito.

En el continente americano, la cuenca amazónica se ha convertido en la zona de mayor riesgo; en India, la malaria es el más grave problema de salud pública, al igual que en África, donde representa la mitad de los internamientos en los hospitales.

Este mal se origina por un parásito que ataca la sangre y el hígado, y que se transmite mediante la picadura del mosquito hembra Anofeles.  Sus víctimas sufren de fiebres altas, escalofríos fuertes, fallos renales y anemia, y en sus etapas críticas puede provocar la muerte.

Aunque el paludismo ha asolado a la humanidad desde sus inicios, la medicina empezó a ganarle algunas batallas mediante campañas de fumigación del insecticida DDT contra el mosquito y el surgimiento de una medicina denominada cloroquina, descubierta durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, a principios de la década de 1960, empezaron a reportarse casos en el sureste asiático donde la cloroquina no resultaba efectiva contra la malaria originada por la especie más mortal del parásito -Plasmodium falciparum- pues éste había desarrollado resistencia a la droga.

Desde entonces, alrededor del mundo, otras formas del parásito mostraron ser inmunes a medicamentos contra la enfermedad.  El DDT también está perdiendo efectividad por lo menos en 70 especies del mosquito Anofeles.

La quinina, un extracto de la corteza del árbol de cinchona, continúa siendo el remedio ideal para la malaria cerebral y otras formas de malaria compleja.  Pero tiene efectos secundarios más serios que la cloroquina y no se considera seguro para niños ni mujeres embarazadas.

¿Una vacuna?

Ante este panorama, la búsqueda de una vacuna contra la malaria se consideraba poco prometedora y la mayoría de expertos insistían en que era una pérdida de dinero.

Sin embargo, unas dos o tres docenas de laboratorios continuaron sus estudios, entre ellos, el grupo alemán Behring, los laboratorios Meriais de Francia y los laboratorios Wellcome de Gran Bretaña.

Otro centro de investigación que se abocó a la tarea fue el Instituto de Inmunología fundado por Manuel Elkin Patarroyo en 1972, cuando el médico e inmunólogo colombiano decidió dejar su laboratorio en Estados Unidos, decir adiós a la investigación sobre hipertensión en Suecia y trasladarse a su país de origen para luchar contra la malaria.

Desde su inicio, Patarroyo desafió la tradición de buscar respuestas en el área de la ingeniería genética y se lanzó de lleno al campo sintético, el de las vacunas hechas químicamente.

"Completamente imposible" fue el veredicto unánime de colegas y competidores cuando estos ni siquiera se dignaban a determinar a Patarroyo y lo trataban como "muchacho pobretón."
 

El médico no se dejó amedrentar y se concentró en los merozitos, la forma intermedia de agentes patógenos de la malaria que atacan los glóbulos rojos y los destruyen, lo cual genera los accesos de fiebre.

Estos agentes cuentan con un efectivo mecanismo de defensa: las partículas de sus proteínas de superficie se parecen tanto a las partículas de las albúminas humanas, que el sistema inmunológico no las reconoce como "extrañas" y por lo tanto no surge la respuesta de defensa.

Por eso, en lugar de grandes proteínas, el investigador intentó con gran cantidad de pequeños fragmentos.  Entre ellos, buscaba a aquellos que no tuvieran ninguna similitud con la albúmina humana y que provocaran la más fuerte respuesta inmunológica.

En el tubo de ensayo imitó la construcción de las pequeñas partículas de las iniciales proteínas de superficie del agente patógeno y prácticamente las unió unas a otras.  Ese fue el paso fundamental.  El sistema inmunológico reconoce este "polipéptido cíclico" como una albúmina extraña y desarrolla inmunidad contra la malaria.

Prueba de monos

La fase siguiente consistió en la vacunación de 406 monos en la selva amazónica.  "Observamos que aquellos vacunados con la proteína obtenida a partir del parásito animal producían buena cantidad de defensas.  Luego les pusimos cinco millones de parásitos vivos", explicó Patarroyo.

El grupo vacunado con una proteína grande así como otro vacunado con una proteína media, postergaban de cinco a ocho días la aparición de la enfermedad.

Dichos resultados fueron insuficientes por lo que los investigadores empezaron a mezclar las proteínas y a sólo seis de los monos vacunados les dio la enfermedad muy levemente, pero se recuperaron rápido, mientras los demás animales no resultaron afectados.

Comprobada la eficacia de la vacuna en los monos, Patarroyo solicitó voluntarios en las Fuerzas Armadas de Colombia y seleccionó a 40 entre 150 soldados que se ofrecieron para el experimento.  Fueron inoculados con tres dosis de la vacuna en un período de 80 días y luego se les inyectó el parásito vivo de la malaria.

"Lo hicimos con miedo.  Se trataba de vidas humanas, no de monos", añadió.  Sin embargo, la vacuna denominada SPF66 (que significa Synthetic Plasmodium Falciparum, versión 66) demostró una efectividad de entre 31 y el 60 por ciento en las fases experimentales con más de 40 000 personas en Asia, África y Latinoamérica.

Donación sorpresiva

Desde el momento en que la vacuna demostró ser segura, libre de efectos dañinos colaterales y efectiva en estudios de campo con seres humanos, el escepticismo mundial se convirtió en asombro ante el descubrimiento de Patarroyo.

Luego de haber expresado dudas sobre su efectividad, la OMS aceptó por fin la medicina.  "Por consistencia de los resultados de las pruebas realizadas, la organización reconoce la vacuna antimalárica", manifestó el director general de esta entidad, Hiroshi Nakajima, en febrero de 1995.

"Para la OMS los temas de la efectividad y resultados de la vacuna están completamente superados
y pueden soportar cualquier crítica.  No habrá más discusiones sobre su validez, los datos son consistentes.  Ahora tenemos que empezar a inocular a grandes grupos de gente", añadió.

Patarroyo manifestó que superadas las diferencias con la OMS se debía pensar en la producción de la vacuna para que, en 1997, se pudieran realizar campanas en gran escala.  La medicina tendría un costo unitario de 30 centavos de dólar.

Sin embargo, admitió que existen inconvenientes económicos y que se buscan alternativas para superarlos.  "Hay que pensar ahora en vacunar a 2.500 millones de personas en todo el mundo, en producir la vacuna y en montar la planta."

Ante el éxito del colombiano, varias empresas farmacéuticas le ofrecieron hasta $70 millones más el 8 por ciento de las ventas brutas por el derecho de producir la vacuna.

Sin embargo, Patarroyo, en un gesto que dejó boquiabierta a la comunidad científica, obsequió la patente de la medicina a la OMS bajo dos condiciones: que se llamara "La vacuna de Colombia" y que siempre sea producida en dicho país.

El investigador manifestó que considera poco ético lucrar con la salud mundial y aseguró que aún "hay tiempo y espacio para la generosidad y el altruismo."

Célebre y premiado

Tanto la vacuna como su donación le valieron reconocimiento instantáneo a Patarroyo.  En 1994, el colombiano obtuvo el premio Príncipe de Asturias en investigación científica y técnica de Iberoamérica.

Posteriormente, recibió en Bonn, el premio Robert Koch en ciencia, una de las más altas distinciones de Alemania, la cual se considera preámbulo al premio Nobel.  Y en mayo de 1995, la OMS le concedió el premio León Barnard en reconocimiento a su trabajo investigador.

Asimismo, la vida y la carrera de este científico pasaron a ocupar las páginas de un libro titulado Manuel Elkin Patarroyo, un nuevo continente de la ciencia conversaciones, que se publicó recientemente en Colombia y que será traducido a cinco idiomas.

Escrito por la diplomática y escritora colombiana Flor Romero, el libro no es sólo la biografía del investigador, sino también la presentación de su filosofía de vida.

"Es casi un milagro que Patarroyo haya llegado hasta donde está, habiendo nacido en un pueblo de 30.000 habitantes, perdido en el mapa de Colombia y viviendo en un país donde apenas hay respaldo económico o científico", agregó.

El mensaje de Patarroyo es que "la ciencia está el servicio de la humanidad" y su gran aporte es el de la vacuna sintética, que la ciencia había previsto para el año 2025, en lugar de la biológica descubierta por Pasteur, cuya figura le impulsó a dedicarse a la investigación y a trabajar para el mundo.

En la actualidad, además de dictar conferencias alrededor del mundo, Patarroyo se ha concentrado en emplear métodos similares para hallar una vacuna contra la tuberculosis, que se experimentó en ratones y que él quiere probar en monos.

Además, su equipo trabaja en un remedio contra la lepra.  Y para el futuro, "el jefe" como lo llaman sus colaboradores, no descarta encaminarse en la aventura de buscar una vacuna contra el sida.
 

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